17 enero 2012

A la tercera no va la vencida

 Hace un par de días de vuelta a casa, me disponía a estudiar en el tren, por eso de aprovechar el trayecto. No habían pasado ni dos minutos cuando un individuo se sentó a escasos metros. Parecía que habían sumergido a aquel tipo en sudor de rata y luego lo habían rebozado en estiércol. No estaba dispuesto a aguantar aquel espectáculo olfativo, así que me levanté y me fui a sentar a varios cientos de kilómetros, donde ya no percibía aquel hedor. 
 Vuelta a empezar, me dispuse a retomar el estudio. Un minutos más tarde, un hombre sentado detrás mío empezó a cantar (por decir algo) como si le fuera la vida en ello. Otra vez, dejé el estudio y empecé a pensar en cosas bellas para evitar coger el extintor y estampárselo en la cara al pequeño ruiseñor. Afortunadamente, unos tres minutos después, el personaje pareció cansarse de cantar. 
 Por tercera vez cogí de nuevo los apuntes, dispuesto a continuar con algo que parecía imposible e intenté tranquilizarme. Leí cuatro o cinco líneas sin prestar demasiada atención porque aún estaba pensando en lo mal que olía aquel hombre, cuando me dio por levantar los ojos, y vi a un amable señor con su acordeón. Así que parece ser que no tenía suficiente con el hediondo ni con el cantante frustrado, que era imprescindible que apareciera un tercer hombre dispuesto a deleitarnos con lo mejor del folk rumano. En ese momento ya empecé a tomarme la cosa con humor y dejé definitivamente el estudio, no fuera a ser que apareciera Leticia Sabater intentando cantar otra canción de Laura Pausini.