23 mayo 2011

Cosas que suceden una tarde de primavera


Aquél día me planté delante de la pared, diciéndome que no sería capaz de atravesarla. Pero entonces, resonó en un recóndito lugar de mi cabeza, casi como en el final de un eco, una voz. Era esa parte que creía poder atravesar el muro, gritando por hacerse notar. Y es que en realidad mi incertidumbre iba creciendo, pues nadie me aseguraba que no podría conseguirlo.
Entonces sucedió. Me eché a correr en dirección a ese montón de cemento, ladrillos y baldosas con lo ojos cerrados, pensando en todo lo que podría suceder y lo importante del azar en el resultado final como si de una ruleta rusa se tratara.
El sudor de mi frente aumentaba de forma inversamente proporcional a la distancia que quedaba para la probable colisión.
5 metros. 4 metros. 3 metros. 2 metros. 1 metro.
A partir de ese momento, el tiempo se ralentizaba, mi frecuencia cardiaca se disparaba y una parte de mi cerebro empezaba a desconectarse.
Sentí como la punta de mi nariz tocaba la fría tapia.
Y desperté. Me encontraba en mi habitación, con mi madre al lado preocupada porque una pareja de ancianos me había encontrado inconsciente delante del muro que hay en la plaza del pueblo. Fue en ese momento cuando recordé lo sucedido. Sólo había una única cosa que me inquietaba, no tenía en la cara herida o marca alguna resultante de mi aventura.
Foto e historia por: Victor Ruiz

1 comentario:

  1. yo a veces me siento como la chica de la foto y me gustaría atravesar muros con los que se que sé que me puedo dar de bruces contra la realidad. Quizá seamos la misma persona ;)

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